sábado, 26 de octubre de 2013

Nueva visita a "Secuestrado"

El recuerdo que tenía hasta hace poco tiempo de Secuestrado, novela de Robert Louis Stevenson, era feliz y algo borroso. Feliz porque se trataba de un libro que había disfrutado, y borroso porque lo había leído hacía mucho tiempo, durante la adolescencia. En una nueva lectura, el primer atributo se ha conservado; pero además, ahora tendré un recuerdo más definido.

Secuestrado, cuyo título original es Kidnapped, se publicó por primera vez en 1886. Lleva un largo subtítulo: "Memorias de las aventuras de David Balfour en el año 1751: Cómo fue secuestrado y naufragó; sus sufrimientos en una isla desierta; su viaje a las salvajes Highlands; su encuentro con Alan Breck Stewart y otros célebres jacobitas de las Highlands; con todo lo que sufrió a manos de su tío Ebenezer Balfour falsamente llamado de Shaws; escrito por él mismo y ahora presentado por Robert Louis Stevenson". Como puede notarse, se trata de una novela de aventuras; en este caso, basada en un episodio de la historia escocesa.

David Balfour en la isla de Earraid.
Pintura al óleo de C. N. Wyeth (1913)

Las aventuras de David Balfour se desarrollan, como expresa el subtítulo, en un período en el que aún estaban vivas las secuelas de la guerra civil que había enfrentado a los jacobitas (partidarios del destronado rey Jacobo) con el trono inglés de los Hannover. Pero mientras que Alan Breck, compañero de aventuras de David (y personaje real), es el típico highlander jacobita, que lucha contra lo que considera una injusticia histórica, Balfour es un ejemplo de "lowlander", habitante de las tierras bajas y un tanto indiferente respecto de la "monarquía usurpadora".

Entre las impresiones dejadas por la lectura, podría citar lo que percibí como una influencia de El progreso del peregrino, de John Bunyan, obra que Stevenson solía mencionar. Cuando David camina en solitario antes de su encuentro con Alan, se topa con varios personajes que me recordaron a los de Bunyan. Otra cuestión notable es lo bien logrados que están los sentimientos y las reacciones de los personajes principales, en especial en el capítulo XXIV, que describe una disputa entre ambos amigos.

Por último, hay que destacar la belleza de la prosa de Stevenson. Los críticos suelen hablar de la "difícil sencillez" de su prosa, producto del trabajo a través de los años. En este sentido, puede notarse la progresiva depuración de su estilo desde una obra temprana como Nuevas noches árabes (1882) hasta su inacabada obra maestra Weir de Hermiston (1896).

Escrita en teoría como una novela para adolescentes, Secuestrado ha atraído la admiración de escritores tan distintos como Henry James, Jorge Luis Borges y Seamus Heaney. Sin embargo, y aunque la obra figura por lo general entre las principales de Stevenson, no es demasiado fácil encontrar nuevas ediciones de la misma, al menos en español. En 1893 se publicó una continuación de esta novela, Catriona.

lunes, 21 de octubre de 2013

El escritor y el método (minicuento)

Hay escritores que no comienzan a escribir un relato si no tienen en su mente la estructura completa de la historia. Pueden faltar los detalles, pero lo principal está. Otros se lanzan a escribir teniendo sólo una frase. Yo siempre he pertenecido al primer grupo.

Años atrás, se me podía ocurrir un argumento mientras me duchaba o en una noche de insomnio. En ese sentido, muchas veces las noches de insomnio no representaban una total pérdida de tiempo. Ahora, lo único que obtengo de una noche de insomnio es estar todo el día con movimientos de autómata.

Hace algunas semanas leí un artículo de Raymond Carver que trata, justamente, de la escritura de cuentos. El artículo me impactó, porque él pertenecía al primer grupo pero después pasó al otro. Hablando de la primera vez que usó ese método -es decir, el que consiste en no tener la historia completa al momento de empezar a escribirla-, explicaba que después de la primera frase brotaron otras complementarias, y que había escrito el relato como si escribiera un poema: una línea, y otra debajo, y otra más.

Como dije, el artículo me impactó. Me asombró que un escritor pudiera pasarse al otro grupo, pero no se me cruzaba por la cabeza la idea de que yo pudiera escribir así. Al mismo tiempo, no podía escribir nada con mi método habitual.

Después de muchos días intentando imaginar un argumento completo, he decidido probar. Siento que ya no puedo escribir con el método de siempre. Pero si no puedo hacerlo de esta nueva forma, estaré perdido: no podré escribir más cuentos y tendré que limitarme a escribir artículos y cosas por el estilo.

Entregado a la situación, abro el cuaderno por donde empieza una hoja en blanco, tomo la lapicera -no me gusta escribir el borrador en computadora- y escribo la primera frase, la única que tengo en mente. ¿Podré completar la historia?

jueves, 17 de octubre de 2013

La vuelta al mundo en algunos títulos

Algunas veces he pensado que la gente da demasiada importancia a los títulos a la hora de decidirse a leer un libro, y que por eso deja de lado algunas buenas obras que tal vez no cuentan con un título muy llamativo. Parece cierto que, por lo general, un buen libro tiene un título igualmente bueno, pero esto no siempre es así.

Detrás de muchos títulos famosos hay historias bastante menos conocidas. El título que había elegido Herman Melville para su obra más célebre, Moby Dick, era el insulso "La ballena", y el que Gabriel García Márquez había imaginado para su también libro más célebre, Cien años de soledad, era "La casa". En el primer ejemplo, fueron los editores los que decidieron reemplazar el título; en el segundo, el propio autor tuvo la acertada idea de modificarlo antes de enviar la obra a una editorial.

Un tipo de título que suele provocar un buen efecto es el que une dos sustantivos mediante la partícula "y": Orgullo y prejuicio, de Jane Austen; La guerra y la paz, de Lev Tolstoi; Crímen y castigo, de Fedor Dostoievski; El ruido y la furia, de William Faulkner. A su vez, éste último está tomado de un verso de Macbeth, la obra de Shakespeare.

¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas?
, de Philip Dick
Los trabajos y los días se titula una obra del poeta griego Hesíodo. Marcel Proust sustituyó una de las palabras de ese título para nombrar a su primera publicación: Los placeres y los días. Finalmente, la argentina Alejandra Pizarnik reemplazó la otra palabra principal del título de Hesíodo para dar lugar al título de uno de sus principales libros de poemas: Los trabajos y las noches.

Un ejemplo similar, pero tal vez más curioso, es el vinculado a un libro de Julio Cortázar. Tomando el título de una de las obras más conocidas de Jules Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, Cortázar invirtió dos de sus términos para titular una obra miscelánea como La vuelta al día en ochenta mundos.

Hay ciertos títulos que -aunque con el tiempo nos resulten familiares- parecen deliberadamente extraños, como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, novela de Philip Dick llevada al cine con el título de Blade Runner, o La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Algunos títulos de colecciones de cuentos de Raymond Carver incluyen la repetición de una palabra, como ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? o De qué hablamos cuando hablamos de amor.

Termino con una cita de Hemingway: "Después de terminar un cuento o un libro, escribo una gran lista de títulos tentativos. He llegado a escribir hasta cien. Luego, comienzo a eliminar los que no me gustan, uno por uno. La mayoría de las veces, lamentablemente, los descarto a todos."

domingo, 13 de octubre de 2013

Breve historia de mi biblioteca

Al volver mentalmente al pasado para descubrir los orígenes de mi biblioteca personal, encuentro que éstos se remontan a mis diez años. Como he relatado en otra ocasión, para mi cumpleaños número diez un compañero de la escuela me regaló un libro que sólo leí al año siguiente. A partir de entonces, el tiempo y -de algún modo misterioso- las circunstancias hicieron el resto.

Algunos de los libros cuya lectura
me resultó especialmente agradable
Entre los primeros autores que leí se encontraban el francés Jules Verne (más conocido en los países de habla hispana como Julio Verne), el estadounidense Mark Twain y el escocés Robert L. Stevenson, entre otros, a los que todavía suelo releer con interés. Muchas veces leía las obras de estos escritores en adaptaciones para jóvenes, por lo cual no podía apreciar cabalmente el verdadero carácter y estilo de las mismas. Con el tiempo, fui reemplazando muchos de estos libros por ediciones completas, pero aún conservo algunos ejemplares de estas primeras adquisiciones. Por otra parte, había ediciones para jóvenes pero sin abreviar y en buenas traducciones, como la bella colección "Mis libros" de la editorial Hyspamérica.

Durante el secundario, que realicé en Villa Carlos Paz, el espectro de mis lecturas empezó a ampliarse. Algunas tareas para el colegio -pese a tratarse de un colegio de orientación comercial- me hicieron acercarme al Martín Fierro, por ejemplo, o a María, del colombiano Jorge Isaacs, y también a escritores argentinos del siglo XX, como Ernesto Sabato y Julio Cortázar. Además, leí por mi cuenta una buena cantidad de autores, más o menos heterogénea, como Salgari, Dumas padre, Melville (Moby Dick), Lewis Wallace (Ben-Hur), Swift, Defoe, Bécquer y Saint-Exupéry.

Ediciones de lujo
No sabría decir cuántos volúmenes tenía mi biblioteca al finalizar el secundario, pero supongo que no pasaría de cien. Porque fue precisamente en esta nueva etapa, la de estudiante en la universidad y de nuevo en la ciudad de Córdoba, cuando la biblioteca empezó a experimentar un mayor crecimiento, en cantidad y variedad. Además de continuar leyendo a algunos de los autores ya mencionados, conocí a muchos otros: ingleses e irlandeses, como John Bunyan (el autor de El progreso del peregrino), Joseph Conrad o James Joyce; estadounidenses como Hemingway; franceses como Dumas hijo; rusos como Gogol, Tolstoi o Chéjov; latinoamericanos como Neruda o García Márquez; argentinos como Borges, Bioy Casares y Lugones.

La carrera que había elegido había sido la bibliotecología, y poco después tuve la idea -la extraña idea, podría decirse- de ser escritor, de modo que mi vinculación con los libros y las bibliotecas no podía ser más estrecha. También comenzaron a interesarme, en cierta forma, las ediciones de calidad en cuanto a los aspectos externos del libro, por lo que suelo considerarme además un bibliófilo aficionado.

Volúmenes que podrían entrar en la
categoría de libros curiosos
Una visión rápida de los estantes de la biblioteca -organizada en general siguiendo la Clasificación Decimal Universal, aunque con algunas modificaciones- da una idea de mis preferencias. La literatura británica ocupa tres estantes y destacan, por la cantidad, las obras de Stevenson; la estadounidense, dos estantes. La literatura alemana no llega a un estante completo y lo comparte con algún escritor suizo, sueco y noruego. Los franceses llenan siete estantes, aunque más de cinco están dedicados a Verne (algunas de sus obras en más de una edición). Italianos y españoles llenan un estante y medio y los rusos un estante. La literatura argentina ocupa tres estantes y otros latinoamericanos un estante más, con escritores mexicanos, cubanos, peruanos, uruguayos, etc. Otras literaturas, apenas representadas, son la polaca, la checa, la árabe o la japonesa.

Vista parcial de la biblioteca
Fuera del ámbito estrictamente literario, la biblioteca posee obras de bibliotecología, filosofía, psicología, religión, biografías, historia y obras de referencia, como enciclopedias temáticas y alfabéticas, diccionarios biográficos, etc. En el presente, la colección consta de unos 670 volúmenes y también, como es natural, cuenta con discos de música y películas, entre las que se encuentran filmes de Orson Welles, Ingmar Bergman y Roman Polanski.

En esta breve descripción he omitido a muchos escritores apreciados, también representados en mi biblioteca. Algunos de ellos son: W. H. Hudson, William Saroyan, Selma Lagerlöf, Guy de Maupassant, André Maurois, Umberto Eco, Miguel de Cervantes, Alexandr Solzhenitsyn.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Chéjov y otras relecturas

"Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído", expresó una vez Jorge Luis Borges. No sé cuál de estas actividades puede considerarse más importante, pero lo que sé es que volver a leer un libro puede ser una experiencia tan interesante como leerlo por primera vez.

Hace un tiempo me propuse releer algunas obras que había leído en el pasado y el resultado fue, en algunos casos, sorpendente. Por ejemplo, disfruté considerablemente de la relectura de Viaje al centro de la Tierra, de Verne, y me decepcionó un poco una obra como La invención de Morel, de Bioy Casares, que en la primera lectura me había parecido mucho más atractiva. (Hay que agregar aquí que muchas de las versiones cinematográficas que se hacen de Verne tienen muy poco que ver con sus libros; tal es el caso de la adaptación que se hizo hace algunos años de la mencionada novela.)

De los cuentistas clásicos, experimenté una mayor fruición volviendo a leer a Maupassant que intentando leer los Cuentos completos del celebérrimo Edgar Allan Poe. Es innegable que Poe escribió muchos cuentos excelentes, como "Manuscrito hallado en una botella" o "El corazón delator", pero en su obra hay también varios relatos paródicos que, probablemente, han perdido cierto interés. Tal vez sea mejor leer una buena selección de los cuentos del escritor norteamericano que proceder a la lectura de la totalidad de sus relatos.

Antón P. Chéjov
Entre los autores que proyecto volver a leer se encuentra, también, Antón Chéjov (1860-1904). Este escritor ruso destacó de forma excepcional en la doble faceta de dramaturgo y cuentista, dejando tras su breve vida numerosos relatos. La lectura de una selección de sus cuentos (Cuentos imprescindibles), hace ya varios años, fue en general una experiencia agradable. Recuerdo cómo muchas veces podía sentirme identificado con los sentimientos de sus personajes, a pesar de pertenecer a otra época y a otra cultura. Algunos de sus cuentos son buenos ejemplos de historias tristes, pero Chéjov tenía una gran capacidad para retratar situaciones y sentimientos. Destacó, de igual forma, en los aspectos técnicos de la escritura.

Por lo dicho más arriba, sin embargo, puede llegarse a la conclusión de que, si antes de leer un libro por primera vez no sabemos con qué nos encontraremos, aunque hayamos leído o escuchado ya algún comentario, al volver a leer una obra leída tiempo atrás la situación no parece ser muy distinta. Tal vez sepamos de forma aproximada con qué nos encontraremos, pero no podemos saber exactamente cómo reaccionaremos frente a la lectura en esta nueva ocasión.

Todo esto me lleva a preguntarme: ¿Qué me depararán esta vez los cuentos de Chéjov?