viernes, 12 de diciembre de 2014

El mundo de Kierkegaard

El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder, se publicó por primera vez en 1991 y se convirtió pronto en un best-seller mundial. Es, como expresa su subtítulo, una novela sobre la historia de la filosofía. En el marco de la historia de una adolescente que poco a poco va descubriendo su identidad, el libro describe de forma sencilla el pensamiento de muchos de los grandes filósofos del mundo occidental.

Sören Kierkegaard (1813-1855)
De todas las concepciones incluidas en la obra, la filosofía del danés Sören Kierkegaard (que ya conocía por haber leído dos obras del propio filósofo) es tal vez aquella con la que me siento más identificado. Kierkegaard era un personaje solitario y de una marcada tendencia a la melancolía, pero su pensamiento ofrece una interesante visión del cristianismo.

Muerto a mediados del siglo XIX, e ignorado durante mucho tiempo, fueron los existencialistas y algunos teólogos cristianos, como Karl Barth, quienes lo redescubrieron. Él se consideró a sí mismo «un hombre que podría resultar necesario en una crisis, un cobayo para la vida».

Lo que sigue es un fragmento del libro de Gaarder, en el que se expone la teoría de Kierkegaard de los tres estadios en el camino de la vida.

-Kierkegaard opinaba que existen tres actitudes vitales diferentes. Él utiliza la palabra fases y las llama «fase estética», «fase ética» y «fase religiosa». Utiliza la palabra «fase» para marcar que se puede vivir en las fases inferiores y de pronto dar el «salto» hasta una fase superior. Pero mucha gente vive en la misma fase toda la vida.
-Apuesto a que pronto llegará una explicación. Además empiezo a sentir curiosidad por saber en qué fase me encuentro yo.
-Quien vive en la fase estética vive el momento y busca en todo momento conseguir el placer. Lo que es bueno es lo que es hermoso, bello o grato. En ese aspecto se vive totalmente en el mundo de los sentidos. El estético se convierte en un juguete de sus propios placeres y estados de ánimo. Lo negativo es lo «aburrido», lo «pesado».
-Pues sí, conozco bien esa actitud.
-El típico romántico es por lo tanto el típico estético. Porque no se trata solamente de placeres sensuales. También quien tiene una relación de juego con la realidad o, por ejemplo, con el arte o la filosofía con los que él o ella trabajan, vive en la fase estética. Se puede tener una relación estética o de «observador» incluso con el dolor y el sufrimiento. Es la vanidad la que domina. Ibsen dibujó al típico estético en su personaje Peer Gynt.
-Creo que entiendo lo que quieres decir.
(...)
-Uno que vive en la fase estética puede llegar a sentir pronto angustia y vacío. Pero en ese caso también hay esperanza. Según Kierkegaard la angustia es algo casi positivo. Es una expresión de que uno se encuentra en una «situación existencial». Ahora el estético puede optar por dar el gran «salto» hasta una fase superior. Pero o sucede o no sucede. No sirve de nada estar a punto de saltar si no se hace del todo. Aquí se trata de un «o lo uno o lo otro». Pero nadie puede dar el salto por ti. Tú mismo tienes que elegir.
-Eso me recuerda un poco a lo de dejar de fumar o de consumir droga.
-Sí, tal vez. Al describir esta «categoría de la decisión» Kierkegaard nos recuerda a Sócrates, que señaló que todo verdadero conocimiento viene desde dentro. También la elección que conduce a que un ser humano salte de una actitud vital estética a una actitud vital ética o religiosa tiene que surgir desde dentro. Esto lo describe Ibsen en Peer Gynt. Otra descripción magistral de cómo la elección existencial emana de una desesperación y miseria interiores la ofrece Dostoievski en la gran novela Crimen y castigo.
-En el mejor de los casos se elige otra actitud vital.
-Y de esa manera a lo mejor se empieza a vivir en la fase ética, la cual se caracteriza por la seriedad y elecciones consecuentes según criterios morales. Esta actitud ante la vida puede recordar a la ética del deber de Kant. Se intenta vivir de acuerdo con la ley moral. Igual que Kant, Kierkegaard pone su atención ante todo en la disposición mental de la persona. Lo esencial no es exactamente lo que uno opina que es lo correcto y lo que uno opina que es malo. Lo esencial es que uno elija tener una actitud ante lo que es «correcto o equivocado». Lo único que le interesa al estético es si una cosa es «divertida o aburrida».
-¿Y no se corre el riesgo de convertirse en una persona demasiado seria viviendo de este modo?
-Pues sí. Según Kierkegaard tampoco la «fase ética» es la más satisfactoria. También en la fase ética puede uno llegar a aburrirse de ser tan cumplidor y minucioso. Muchas personas, cuando se hacen mayores, llegan a experimentar una gran sensación de cansancio. Algunos pueden volver a caer en la vida de juego de la fase estética. Pero algunos dan un nuevo salto hasta la fase religiosa, alcanzando así «la profundidad de 70.000 fanegas» de la fe. Eligen la fe ante el placer estético y los deberes de la razón. Y aunque puede ser «terrible caer en las manos del Dios vivo», como expresa Kierkegaard, es cuando por fin el ser humano encuentra la conciliación.

Gaarder, Jostein. El mundo de Sofía: novela sobre la historia de la filosofía. Buenos Aires: Siruela; Grupal, 2012. Traducción del noruego de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

martes, 3 de junio de 2014

La última aventura

En esta ocasión comparto con los lectores del blog el texto de contratapa de mi libro de cuentos La última aventura.

La problemática de la lectura y el lugar del lector; el juego apariencia/realidad; el amor y el desencanto; el fantástico cotidiano… Esta antología tiene algo de literatura y también algo de ritual mágico. Inexplicables en palabras, inteligibles en tanto experiencia, los relatos aquí reunidos prometen indicarnos derroteros que nos llevarán a descubrir lo que Daniel Pennac llamaba «la paradójica virtud de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para encontrarle un sentido».
Eliseo Monteros nos invita al viaje. Nos abre las puertas de ese otro proceso de producción de sentido que tiene lugar desde la escritura, su escritura. Ningún sentido dado de antemano, ninguna lectura legítima, ninguna voz unívoca… allí está el placer de ese encuentro, entre nosotros, los lectores, y el autor, que solo requiere el goce de esa comunión en el espacio textual.

Este libro, como pocos, coloca al lector en un lugar privilegiado y le promete, sin margen de error, devolverlo a su mundo totalmente renovado.


El libro:
Monteros, Eliseo
La última aventura. 1a. ed. Córdoba: Ediciones del Boulevard, 2014
ISBN: 978-987-556-454-1

Ir a la página del libro en el sitio de la editorial.

martes, 20 de mayo de 2014

Microantología de microcuentos

El microcuento —llamado también microficción, microrrelato o minicuento— es un cuento ultracorto que, por lo común, dice mucho en pocas palabras. No debe confundirse con otros géneros breves, como el aforismo, ya que el microcuento, por breve que sea, posee siempre un clima narrativo.

Aunque es un género muy antiguo, ha sido cultivado especialmente a partir del siglo XX. Lo que sigue es una pequeña antología de microcuentos.

El sueño de Chuang Tzu
Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Herbert Allen Giles

El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:
—¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
—Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos.— Con súbita curiosidad me preguntó: —Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?
Francisco Acevedo

Cuento de arena
Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo.
Jairo Aníbal Niño

El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso

Me bañé, afeité, vestí; me miré al espejo. “¡Vamos!”, le dije a mi agorafobia, y salimos juntos a dar un paseo por el parque.
Enrique Anderson Imbert

Motivo literario
Le escribió tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche, al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontró más que una hoja de papel entre las sábanas.
Mónica Lavín

Caso
La cabra encontró unas hojas de la Ilíada, y se las comió. Pero no baló en verso.
Álvaro Yunque

Tranvía
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. “Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos”, pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: “¿Y los niños, con quién van a quedarse?”.
Andrea Bocconi

69
Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.
Ana María Shua

Nadie es totalmente fuerte
El mismo lobo tiene momentos de debilidad, en que se pone del lado del cordero, y piensa: Ojalá que huya.
Adolfo Bioy Casares

miércoles, 2 de abril de 2014

Noche de teatro (cuento)

El programa consistía en un concierto de Mozart y la Sinfonía Nº 3 de Beethoven, llamada Heroica. Sí, aquella de la que se cuenta que el compositor dedicó a Napoleón pero después, al autoproclamarse éste emperador, decidió retirar la dedicatoria. Cuando llegamos, la fila para entrar al teatro era considerable, aunque avanzaba con rapidez. De todos modos, tal como lo había imaginado, los mejores lugares habían sido ya ocupados y tuvimos que subir hasta el cuarto piso, desde donde los músicos se veían muy pequeños.

“La función comenzará en quince minutos”, dijo una voz por el altoparlante. Nos acomodamos lo mejor posible, pero en ese sector había muchos estudiantes, más jóvenes que nosotros, que se movían todo el tiempo y hacían crujir el piso de madera. Además, los que estaban inmediatamente delante de nosotros, un poco más abajo, se apoyaban en la baranda y obstruían parte de la visión. Y Doris estaba resfriada y, por lo tanto, un poco decaída.

“La función comenzará en diez minutos”, dijo la voz, recordándome a la cuenta regresiva en el lanzamiento de un cohete. Los músicos, que eran más de treinta, afinaban sus instrumentos cuando apareció el director y fue recibido por fuertes aplausos. Los jóvenes que nos rodeaban seguían moviéndose y algunos filmaban en dirección al escenario con sus celulares. “La función comenzará en cinco minutos”, dijo de nuevo la voz. “Solicitamos que apague su celular”.

La función, por fin, comenzó. La música del concierto de Mozart no parecía tan bella como, digamos, su Sinfonía Nº 40, pero de todos modos era agradable. Al finalizar el primer movimiento, y mientras todavía se escuchaban los aplausos, unos seis o siete jóvenes, los de la fila de adelante, comenzaron a levantarse para irse. Alguien les dijo desde atrás de nosotros: “¿Se van todos?” “Sí, todos”, dijo uno de los jóvenes.

Doris y yo empezamos a sentir calor. Yo me quité el pulóver y Doris se abanicaba con las hojas del programa. Un grupo de personas ocupó el lugar que había quedado vacío adelante mientras los músicos, luego de templar nuevamente sus instrumentos, continuaron con el concierto de Mozart. Después de cada movimiento los músicos dedicaban unos minutos para afinar sus instrumentos; nosotros nos preguntábamos si eso era normal.

Debió ser luego de esta obra cuando hubo un solo de violín. Al finalizar el solo, el violinista se inclinó repetidas veces para recibir los aplausos; parecía que cada vez lo hacía con mayor satisfacción, inclinando el tórax con movimientos rápidos e incompletos y describiendo un ángulo que sólo llegaba a los 45º. La temperatura nos parecía también de 45º, los jóvenes se movían y charlaban, el suelo crujía y Doris se hallaba muy congestionada.

La noche continuó, como estaba previsto, con la sinfonía de Beethoven. Al finalizar el segundo o tercer movimiento, algunos desprevenidos comenzaron a aplaudir, pero el director, elevando un poco los brazos con cierta tensión, indicó que la obra no había concluido. “¿Faltará mucho para que termine”, preguntó Doris. “No creo, ya tiene que estar por terminar”, dije, mientras pensaba: “¿Cuántos movimientos tiene esta bendita sinfonía? ¿Cinco? ¿Seis?”

Después supe que, como es habitual en las sinfonías clásicas, esta obra tiene también cuatro movimientos. Mi confusión se produjo al creer que el concierto de Mozart constaba de una sola parte; de ahí que comenzara a contar los movimientos de la sinfonía de Beethoven cuando aún se ejecutaba la obra de Mozart.

Sea como fuere, la función terminó al fin y se escucharon otra vez los aplausos, esta vez oportunos. Al salir, respiramos con alivio el aire fresco de la noche y fuimos a cenar a un lugar cercano. Al poco tiempo notamos que, al igual que en el teatro, el piso era de madera y, como es natural, crujía y se movía cuando los mozos caminaban por él; unos diez minutos después comenzó a escucharse la melodía de una composición clásica; más tarde empezamos a sentir calor…