viernes, 27 de septiembre de 2013

Mark Twain, la ciencia y el cometa Halley


En una filmación que puede encontrarse en Internet se ve a Mark Twain, ya viejo, de pie a la entrada de su casa en Redding, Connecticut, diciendo algo. En la siguiente escena aparece caminando por un sendero que rodea la casa; luego vuelve a transitar el mismo camino. En una segunda parte del video lo encontramos en compañía de sus hijas Clara y Jane (“Jean”), tomando el té mientras conversan. Luego un criado le trae el sombrero a una de ellas y después se levantan, empiezan a caminar y entonces termina la película.

Esta filmación -realizada por Thomas Edison en una visita que hizo al escritor en 1909- puede, al menos en un primer momento, causarnos cierto asombro. Relacionamos el nombre de Mark Twain (Samuel L. Clemens) sobre todo al siglo XIX, y de hecho cuando se filmaron estas escenas el cine tenía poco más de una década de existencia. Sin embargo, lo cierto es que el escritor estadounidense mostró a lo largo de su vida un profundo interés por la ciencia y la tecnología.

Mark Twain en el laboratorio de Tesla
Pocos saben, por ejemplo, que Mark Twain patentó tres inventos: una “mejora de correas ajustables y desmontables para la ropa”, que debía sustituir a los tirantes; un juego sobre anécdotas históricas, y un libro de fotos autoadhesivas, que tenía un pegamento seco en las páginas y debía humedecerse ligeramente antes de su uso. Éste último fue el de mayor éxito comercial. Por otra parte, entabló una prolongada amistad con Nikola Tesla -colaborador de Edison e inventor del motor de inducción de corriente alterna-, en cuyo laboratorio pasaron juntos mucho tiempo.

Pero Twain no tenía una destreza especial para los negocios y, aunque ganó mucho dinero con sus obras literarias, perdió grandes sumas en diversas inversiones, por lo general relacionadas con inventos y tecnología. Una de esas inversiones fue la destinada a la compositora Paige, una máquina diseñada para sustituir al tipógrafo humano en las imprentas. Se trataba de un ingenio mecánico muy avanzado, pero muy complejo y que necesitaba continuos ajustes. Invirtió en ella enormes cantidades de dinero entre 1880 y 1894, pero pronto quedó obsoleta por la introducción de la linotipia. El escritor perdió la mayor parte de los ingresos obtenidos con sus libros y sólo pudo recuperarse gracias a nuevos escritos y conferencias, así como a la ayuda de su nuevo amigo Henry H. Rogers, directivo de la Standard Oil.

En su obra literaria, el libro que mejor refleja ese interés por la ciencia es probablemente Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889). Su protagonista, un estadounidense del siglo XIX, viaja a través de un “túnel del tiempo” a la Inglaterra de la Edad Media y allí introduce la revolución industrial. Con el tiempo, este se convertirá en un tipo de argumento frecuente de la ucronía o historia paralela, un subgénero de la ciencia ficción.

El cometa Halley
En las líneas precedentes he anotado algunos hechos que vinculan a este escritor con la ciencia. Aún falta agregar uno más, tal vez el más curioso de todos. Mark Twain había nacido durante una de las visitas del cometa Halley a la Tierra, y en 1909 había dicho: “Vine al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año, y espero marcharme con él. Será la mayor desilusión de mi vida si no me voy con el cometa Halley. El Todopoderoso ha dicho, sin duda: ‘Ahora están aquí estos dos fenómenos inexplicables; vinieron juntos, juntos deben partir’. ¡Ah! Lo espero con impaciencia.”

Su deseo se cumplió: murió en Redding de un ataque al corazón hacia las seis de la tarde del 21 de abril de 1910, a los 74 años de edad, el día anterior al perihelio del retorno del cometa a la Tierra.

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